lunes, 1 de junio de 2009

Porqué Heller?

En los años 70, cuando se hablaba de “dominación imperialista” se hacía referencia a las transnacionales, al idioma, a la moda y muy pocos reparaban en la transformación de la subjetividad que el “american way of life” traía aparejada. Hoy, cuando la izquierda habla del tema, solo la concibe en términos político-económicos. Se ignora por completo que el triunfo del capitalismo, lo que lo llevó a perdurar más allá de todos los pronósticos, no es solo económico, político, militar, si no, fundamentalmente, cultural. Cuando la vida de la mayoría está abocada al consumo el capitalismo descansa y se proyecta en la eternidad. Cuando las mercancías se transforman en símbolos de poder estamos derrotados. Cuando Menem ganó ¡tres veces! el capitalismo reía a carcajadas. Cuando ganó Macri en Capital ya deberíamos darnos cuenta. O al menos tratar de entender donde estamos parados.
Aparentemente la revolución socialista no es un suceso si no un proceso histórico que comienza precisamente con el nacimiento del capitalismo y quizás no termine nunca. Es decir, la imagen de la toma del Palacio de Invierno debería tomarse como un episodio en el proceso revolucionario antes que como la revolución misma. Porque las sociedades se componen de personas y, hasta que éstas no experimenten cambios en sí mismas, la sociedad no cambia. Y estos cambios se producen, como dice Pichón Riviere, luego de las pérdidas.
En nuestro país, la crisis del 2001 trajo aparejadas pérdidas sin precedentes para los argentinos. La caída brutal del poder adquisitivo y del empleo abrió la posibilidad de cuestionar la política que hasta ese momento dominaba la escena nacional y mundial: el neoliberalismo. La movilización popular barrió cinco gobiernos en una semana hasta que se estabilizó con la asunción de Néstor Kirchner. Se puede decir entonces que éste gobierno es el resultado de la crisis de ese momento. Pero lo que no debiera perderse de vista es que aquella elección la ganó Menem y luego abandonó. Es decir, a pesar de los grandes desastres que causó el neoliberalismo, casi la mitad de los argentinos lo votó. Esto nos muestra el terrible nivel de conciencia de nuestra gente y explica el triunfo de Macri en Capital. Ahora bien, con este estado de conciencia, con el fascismo que anida en la clase media y algunos sectores bajos, ¿cómo creer que es posible la aceptación de alguna consigna revolucionaria? Para esos sectores este gobierno es revolucionario y no acepta medidas mínimas como la redistribución de la riqueza. El establishment aprovecha y se lanza a través de sus medios a atacar sin piedad al gobierno. Se crea una atmósfera de descontento virtual, se miente. Los mismos métodos que la derecha boliviana, venezolana, etc. Pero allí parece que lo vemos mejor. Nadie duda de los ataques de la prensa contra Chávez por ejemplo, aquí se les da crédito. La izquierda, incapaz de ver matices, ubica al gobierno a la derecha junto a Menem, Videla, Hitler y Atila y cree, desgraciadamente, que el descontento acerca votos hacia ellos. Es tan pequeña su pelea que nadie los ve. Sus partidos se han convertido en quioscos que garantizan la supervivencia de sus dirigentes. Su máxima aspiración es cuatrerear algún militante de otra secta y los votos se van para la derecha. Y con ellos, nuestra esperanza de seguir conquistando espacios en la cabeza de la gente y en el poder.
Los que soñamos con una sociedad sin clases debemos tener algo en claro: este no es nuestro gobierno. Es un gobierno peronista, su estrategia no es el socialismo si no un engendro de conciliación de clases que Perón llamó “la comunidad organizada” en el contexto histórico que ya conocemos. Es un gobierno con altos índices de corrupción como todo gobierno capitalista. Pero es cien veces preferible a la derecha! Este es un gobierno que nos permite construir, que puede hacer avanzar la conciencia de muchos sectores para los cuales todo lo que huela a izquierda es inaceptable, que no nos obliga a retroceder y defendernos todo el tiempo. Porque realmente se debaten dos modelos de país (capitalistas, por cierto) pero coyunturalmente antagónicos y ahí no se puede dudar en que vereda pararse. O un gobierno que nos facilita la construcción y el avance de la revolución, aún con toda su mierda, o la restauración neoliberal. Por eso Heller.

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